Las historias con las que compongo la mía

Voy a contaros una historia, puede que poco común, puede que nada interesante, pero, al fin y al cabo, es mi historia. 

 

Nací un 17 de julio de 2005, bonito día imagino, y a partir de ese momento emprendí el camino de la vida, aquel en el que voy descubriendo aquello que me apasiona, lo que me hace feliz y me completa. 

 

Mi familia me crió en un hogar donde se respiraba arte. Cada día mi madre me dejaba que recorriera la casa con Camela y Melendi a todo volumen, mientras, ella hacía sus cosas. Cada verano, en el pueblo, mi bisabuela me cantaba y me enseñaba a bailar flamenco. Cada Navidad mis abuelos me animaban a tocar la zambomba y a cantar villancicos. Desde los 3 años mis padres me apuntaron a teatro y desde los 4 a ballet.


Sin embargo, hubo varios momentos que marcaron mi infancia. Cada tarde, después del colegio, mi padre me ponía una película distinta, siempre hasta que vi High School Musical y mi vida cambió: cada vez que preguntaban ¿Qué somos?, yo respondía con alegría “Wildcats”; cada vez que oía Start of something new, What time is it Now or never de nuevo, sentía que estábamos todos juntos en eso; y cada día que pasaba me hacía pensar que, realmente, ellos eran la música que había en mí. 
Y en cada cumpleaños, desde los 7, mi tía me regalaba un libro de Geronimo Stilton, en ese momento empecé a soñar, cada noche, que viajaba con él al reino de la fantasía, vivía aventuras, luchaba contra el mal y conocía a personajes alucinantes; gracias a ello descubrí que los libros te hacen ver el mundo con otros ojos y vivir una realidad mágica; gracias a ello comencé a amar la lectura y hasta día de hoy el olor de las hojas, el tacto de las portadas y todas las letras, unas detrás de otras, me hacen desconcertar de todo y ser feliz, al menos por un momento. 


Además, debo destacar un momento que, pienso, marcaría mi personalidad para siempre. Siempre me han dicho que he sido más madura de lo que tocaba para mi edad, y puede que tuvieran razón, pues, ya desde los 3 o 4 años veía una de las mejores series españolas, aunque poco común para mi edad: Física o Química. De niña la oscuridad me daba mucho miedo y me gustaba quedarme con mis padres viendo la tele hasta que me quedaba durmiendo, con esto conseguí descubrir la serie que marcaría mi infancia, la que me enseñaría lo que era conectar con otras vidas, amar a cada personaje y sufrir o reír con ellos, con ella descubrí mi vocación: quería ser actriz. 


 Con el tiempo fui creciendo y, aunque mis gustos ya estaban casi afianzados, empecé a descubrir cosas nuevas y maravillosas, buscar caminos alternativos y arriesgarme probando e innovando. 

Recuerdo el día en el que le pedí a mi padre que viéramos Harry Potter, después de descubrir sus DVD’s: vi aquella portada con tres niños, un hombre gigante, tres profesores inconfundibles, aquel Hogwarts Express, una blanca y elegante lechuza y un imponente castillo, y sentí que aquel era mi lugar. Sin duda alguna, ver aquellas películas me salvó, las veía una y otra vez en un momento en el que a nadie de mi alrededor les gustaba, de hecho, recuerdo ser “la rarita”. Sin embargo, no me importaba, porque cada día que le daba al play era otra persona: una estudiante vestida de negro y verde que vivía aventuras inolvidables.  Con esta película llore, reí y me enamoré; con esta película descubría la magia, el valor de la amistad y de la familia, que todos tenemos luz y oscuridad en nuestro interior y lo que importa es que parte elegimos potenciar, y que, a pesar de los años pasados, a pesar de todo este tiempo, yo pertenecería a este mundo para siempre.  

Además, nació mi hermana y pude seguir descubriendo el mundo a su lado. Recuerdo con ternura como dibujábamos juntas, jugábamos al Singstar y escribía cuentos para ella y, posteriormente, para mis primos.  

Así, llego un momento de mi vida en el que entendí que el arte era lo mio, cada vez que me subía a un escenario me sentía vivía, cada vez que terminaba un relato sentía que podía poner paz en todo el caos que siempre sentí en mi interior y cada vez que cogía un pincel conseguía plasmar aquello que en mi día a día no era capaz de expresar. 

 

Con todo esto puedo asegurar que el arte me ha salvado la vida, ha sido mi vía de escape y ya se ha convertido en una parte de mí que nunca me dejará. 

 

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